Juan Pablo Coitinho es uno de los soldados que en
setiembre de 2010 partió hacia Haití en una misión de mantenimiento de la paz
de la Organización de las Naciones Unidas (ONU). En esta entrevista habló sobre
el miedo, la muerte, la pobreza, los sueños del pueblo y el cariño de los niños
haitianos, También contó acerca de las motivaciones de los soldados uruguayos, sus
necesidades económicas y las dificultades de la distancia y la nostalgia.
Es hijo de un oficial retirado con más de 30 años de
servicio y hermano menor de Cecilia, que hoy está con el Ejército Uruguayo
en la península del Sinaí. Comenzó su vida militar en 2006 y cuatro años
después sintió que su vida necesitaba algo nuevo. Hizo pruebas físicas e idiomáticas
para ser uno de los dos escribientes que viajan cada año al Sinaí pero el
tercer puesto lo condenó con fortuna a viajar a Haití por seis meses, con mejor
remuneración y la compañía de un amigo entre sus camaradas.
¿Cómo fue la semana previa al viaje?
Desde
el punto de vista afectivo fue una locura. Quise encontrarme con todo el mundo
antes de irme; me junté varias veces con mis amigos, con distintas partes de mi
familia, con gente que no pertenece a esos círculos pero quería ver y debo
haber engordado unos diez kilos en esos días, porque comí solamente en
restoranes durante esa semana.
¿Qué fue lo que te motivó a viajar?
La
experiencia que esperaba vivir. Tuve una vida relativamente fácil y normal en Uruguay,
nunca me faltó nada. Me motivó conocer una realidad diferente a la mía. Aunque
una de mis metas era ganar plata como también buscaban mis compañeros, no era
mi objetivo central.
¿Cómo fue la llegada a la misión?
Rarísima.
Llegamos a la noche y en el camino desde el aeropuerto hasta la casa me sorprendía
todo, parecía un niño chico. Miraba el paisaje, la gente, la reacción que
tenían conmigo, todo era nuevo. Me comportaba como un turista que recién llega
pero no estaba viendo la torre Eiffel sino personas que vivían en medio de una
gran pobreza, con una vida muy distinta a la mía y muchas carencias. Es un
intercambio interesante: vos los mirás a ellos y viceversa, porque viven en
universos totalmente distintos.
¿Qué fue lo que más te sorprendió al llegar?
Los
millones de personas que se quedaron sin casa tras el terremoto y ahora viven
en asentamientos, en campos de refugiados. Es muy chocante que esa gente haya
tenido casa y de un día para el otro, a raíz del terremoto, vive en una carpa
con un desconocido durmiéndole al lado. De todos modos, la gente convive en una
armonía rara, no la pasa bien pero no vive quejándose.
¿Cómo son los campamentos?
Son
una suma de carpas que dio la ayuda humanitaria, que están entre ruinas,
cañadas y mugre. Hay carpas que son mejores que otras, que sus dueños techaron
con madera, por ejemplo, pero las condiciones no son buenas. Con el tiempo se
acostumbraron y lo viven con una fraternidad que te hace verlo con más normalidad.
¿Hay privacidad?
Poca.
No duermen viendo la cara del que está al lado pero está todo muy junto.
¿Cómo son las condiciones de higiene?
A
pesar de que son muy malas y hay una gran falta de agua, la gente no está sucia
ni con mal olor, al contrario. Si bien hay mugre en el lugar, la gente tiene
hábitos de limpieza.
¿Cómo viste a Haití de día?
Me
sorprendió encontrarme con un país lindo, con hermosos paisajes, que está entre
montañas y en pleno Caribe pero al mismo tiempo está destruido. Tiene
condiciones naturales para desarrollar el turismo, comparte la isla con
República Dominicana y sin embargo tienen realidades opuestas. El país no es
feo, lo que lo afea es la poca infraestructura que tiene. La ciudad es muy
habitada y es muy difícil pasar por un lugar que esté vacío. En cada plaza o
espacio abierto hay un campamento. De todos modos, no se trata de una aldea en
el medio del mundo. La capital tiene locales comerciales como en Uruguay. Los
bancos no son lujosos pero tampoco son chozas, el supermercado “El águila”,
donde yo compraba todo lo que precisaba, es similar a un Disco, tienen un
estacionamiento grande, góndolas y cajeras con uniformes prolijos. En una casa
de informática hay una persona que te atiende y una vidriera con notebooks
marcadas con sus precios. Quizá no se vean locales muy lujosos pero hay
comercios como en Uruguay.
¿Es impactante el hambre que pasan los haitianos?
En
Puerto Príncipe nunca vi a alguien desnutrido. De hecho, vi obesos. Tengo
entendido que el resto del país vive una realidad más complicada.
¿Cómo es el humor de los haitianos?
Son
personas alegres, se ríen mucho y se toman las cosas con una actitud muy
positiva. Las cosas que vivieron demuestran que si viven así es porque tienen
un gran optimismo. Además son muy efusivos. Varias veces he visto discusiones y
pensé que terminaban en peleas pero terminaban en paz. Son muy expresivos,
educados y respetuosos con el blanco de la ONU, nos reciben bien.
¿Cómo era la relación con los ciudadanos locales?
La
mejor. Con los vecinos de la esquina y la zona siempre nos llevamos muy bien.
Con los desconocidos, normal; en un banco, por ejemplo, te miraban raro por el
uniforme pero te trataban perfecto.
¿Qué sienten los haitianos hacia las tropas de la ONU?
Nunca
sentí que me idolatraran por llevar el escudo de la ONU pero tampoco que me
putearan. Creo que nuestra presencia constante hace que seamos parte de sus
vidas, no les parece extraño. En otras zonas de Haití, sé que las tropas llevan
comida y agua a distintos merenderos y orfanatos, y he visto que los ciudadanos
se sienten muy agradecidos con la ONU.
¿Los haitianos codician un trabajo en la ONU?
Creo
que sí. Nuestro traductor, por ejemplo, estaba muy conforme con su trabajo y la
gente le solía pedir trabajo. Además, les da cierto prestigio.
¿También piden limosnas?
Sí
pero no más que en Uruguay.
¿Con qué tono piden?
Supongo
que te putearán pero como lo hacen en su idioma, ni te das cuenta. Nunca son
agresivos. Además, piden porque saben que vos tenés más que ellos, es lógico.
Además de las ruinas y los campamentos de refugiados ¿qué
consecuencias del terremoto te llamaron la atención?
Que
a casi todos se les murió algún pariente cercano a raíz de ese desastre. A un
vecino, Bob, se le murió la hermana y nuestro traductor perdió al hermano. Se
recuerda como un caos pero no se puede explicar mucho. Por más que pregunté,
nadie te puede decir qué pasó exactamente en esos segundos. El día que se
cumplió un año del terremoto, la gente fue a las iglesias. Iban vestidos de
blanco, en señal de luto y con mucho respeto.
¿Son muy creyentes?
Sí,
no sé de qué corrientes religiosas son pero casi todos van a la iglesia los
domingos de mañana. No sé si explican el terremoto a través de dios pero le
piden y agradecen.
¿Cómo se siente la muerte?
La
mayoría de la gente ya la conoce de cerca y perdió a alguien cercano. No sé
cómo la toman pero seguramente se hayan hecho más fuertes ante las pérdidas
después del terremoto.
¿Cómo se vive la carencia de agua?
Tengo
una anécdota impresionante sobre ese tema. Cada 15 días venía un camión que nos
cargaba agua y lo mismo pasaba con otros camiones que llevaban agua para el
pueblo. Una vez, la manguera que nos proveía a nosotros perdía algunas gotas en
el extremo que la conectaba con el camión. Entonces, una señora se acercó a esa
nueva fuente de agua y puso su balde para recibir lo que cayera. El agua es muy
codiciada. Cuando llegaba el camión para el pueblo se escuchaba un griterío
tremendo y se notaba que pasaba algo importante.
¿Qué vicios tienen los haitianos?
El
alcohol es consumido como en Uruguay; la droga más consumida, según dicen, es
la marihuana, pero yo nunca vi a nadie fumándola. Y el cigarro no es una droga
social aceptada, yo fumo y cada tanto se me acercaba un adolescente y me decía
“no fumes, te hace mal”. Si bien no me miraban raro por ser fumador, no pasaba
desapercibido. Por ejemplo, yo tenía muchos niños amigos en la esquina de la
casa y nunca iba fumando a la esquina porque sabía que lo iban a ver mal.
Notaba que ellos me querían y no quería que me vieran fumando.
¿Quiénes eran esos niños amigos?
Unos
20 niños que vivían en esa esquina y estaban siempre cuando yo pasaba. Se
encariñaron conmigo porque era novedoso para ellos ver a alguien blanco que les
prestara atención. A mí me divierten mucho los niños.
¿Qué recuerdos tenés de ellos?
Los
recuerdo con mucho cariño, sobre todo a dos hermanos que eran súper cariñosos. Si volviera a Haití, iría
enseguida a esa esquina a ver a los niños. Me daba cuenta que les gustaba mi
cariño y a mí también me hacía bien. Hasta hoy trato de estar en contacto.
Sobre todo con uno de estos dos hermanos que mencionaba. Hablo 30 segundos por
teléfono, no le entiendo nada ni él me entiende nada a mí, porque no manejo el
idioma criollo que hablan, pero por lo menos le escucho la voz y me recuerda
cosas muy lindas.
¿Qué cosas?
Por
ejemplo, me acuerdo que siempre pasábamos por ahí cuando salíamos a correr con
un compañero y un día se nos ocurrió comprar chupetines para regalárselos
después de la vuelta. Era muy divertido porque nosotros terminábamos en un
repecho enorme y ellos nos alentaban ni bien nos veían. Desde ese día se hizo
una costumbre y siempre les dábamos una sorpresa.
******
¿Cómo ilustrás al soldado tipo que participa de una
misión de mantenimiento de la paz?
Es
un trabajador que viaja para ganar una plata que acá no puede y no lo hace para
invertir en un negocio sino que quiere construirse una casa o mudarse. Un
compañero fue para poder pagarle el cumpleaños de 15 a la hija, otros buscaban
salir de deudas, empezar a pagar una casa, pagar los estudios de sus hijos o
cubrir necesidades de ese estilo. El factor económico es el principal. Eso se
nota, por ejemplo, en la preocupación que muchos de mis compañeros tenían por
saber si se había depositado el sueldo en Uruguay. Su familia lo necesitaba o
precisaban que les manden para sus gastos básicos.
¿En Haití les pagan algún viático?
Sí,
40 dólares que son para gastos básicos; pasta dental, afeitadoras, shampoo y no
mucho más: Si fumás, como yo, ya no te da con ese dinero.
¿Cuál era tu rol en la misión?
Cada
uno tenía distintas tareas, había escribientes que trabajaban en la oficina,
mozos que servían la comida y ordenaban la casa, cocineros y choferes. Yo quedé
como un comodín porque fui como escribiente pero un soldado renovó y se quedó
en la función un tiempo más, por lo que mi rol pasó a ser rotativo. Eso era
bueno, porque se hacía menos rutinario; fui chofer, escribiente, hacía trámites
y limpiaba la piscina. Igual me aburría en algunas mañanas que no había lo que
hacer.
¿Alguna vez te tocó cocinar?
No,
nunca. Eso ya estaba estipulado, se podía dar una mano pero eran siempre los
mismos.
¿Era importante tener buena relación con los cocineros?
Sí,
era importante porque ahí no es como en tu casa, que vas a la heladera y
agarrás lo que querés. Ahí hay una cantidad específica de comida. Entonces,
estar bien con el cocinero es importante. No es tan distinto a estar bien con
el oficinista de otro trabajo para pedirle si te deja revisar el correo, pero
la comida es algo que se vuelve importante en la misión. No se trata de una
mafia de la comida ni mucho menos pero tener un buen trato con el cocinero te
permite pedirle cosas que quizá no le pedirías.
¿El puesto de cocinero era codiciado?
No,
porque el tema de la comida era muy conversado y los que cocinaban quedaban
expuestos a que los criticaran o se enojaran con ellos, porque no preparaban
ciertas cosas. Había cierto tema alrededor de la comida y ellos quedaban en una
posición incómoda. En algún momento se generaban problemas por eso, algunos
preguntaban por qué no le ponían más ganas a lo que hacían o por qué no traían
ciertas cosas para el desayuno que quedaban en el depósito, pero no pasaba nada
grande: nunca se comió mal ni nos faltó nada.
¿El poder de decidir cuándo se comía cada cosa era un
arma de doble filo?
Claro,
muchas veces le pedíamos para picar un salamín, por ejemplo: si lo ponía se
arriesgaba a que algunos lo vieran como un alcahuete del que lo pidió, mientras
que si no lo daba se exponía que el que lo quería pensara que tenía algo
personal contra él. Visto en retrospectiva, eran problemas muy chotos.
¿Qué comían?
Comida
normal: canelones, milanesas de carne, pollo y pescado, ravioles, tallarines,
hamburguesas con arroz, panchos. Platos comunes y corrientes. De hecho, volví
más gordo, era imposible cuidarse allá. Y todo era muy rico.
¿Qué fue lo más rico?
Las
milanesas con papas fritas y los chivitos.
¿Lo más feo?
El
guiso. No era feo pero no me gustaba comerlo en Haití, con ese calor. Si bien
un pollo a la portuguesa es riquísimo, es para invierno y en Uruguay. Comerlo
ahí me mataba.
¿Qué hacías en tu tiempo libre?
Ir
al gimnasio, salir a correr, chatear, mirar películas y series que llevé desde
Uruguay, jugar al truco, la conga, escuchar Segunda Pelota o juntarme a tomar
unas cervezas con los demás compañeros y charlar.
¿De qué hablaban en esas charlas?
Eran
muy fructíferas porque te permitían conocer de todo. Yo fui con 23 años, tenía
allá un amigo de 27 y compartíamos el tiempo con compañeros de 40, 45 años. Eso
te nutre porque escuchás otras experiencias. En esas charlas logré congeniar
con mi encargado, que al principio era medio duro. Nos quedamos conversando
solos durante una de las primeras noches, porque los demás se fueron a dormir,
y nos hicimos muy amigos. Se hablaba de todo un poco, no es que nos juntáramos
a hablar de nuestras familias y deprimirnos todos juntos. Se tocaban los temas
que se hablan en cualquier charla entre amigos. Al principio hablamos de la
gente que teníamos en común, conocidos del Ejército, y después de todo: futbol,
mujeres y de todo un poco.
¿Pero había momentos en los que sí se hablaba de las
familias y se emocionaban?
Sí,
yo veía que los demás hablaban con sus hijos y se emocionaban más que cualquier
padre. Veía que se morían por chatear con ellos y no les era tan fácil
conectarse con Uruguay porque, de repente, precisaban que su mujer fuera al
cyber.
¿Pasabas muchos momentos de aburrimiento?
Al
principio no porque estás con gente nueva y eso siempre es interesante pero con
el tiempo te aburrías de todos, hasta de los que mejor te caían, y te peleabas.
Pero te ibas al gimnasio, mirabas películas y se te pasaba el tiempo. Yo tuve
una semana en la que me deprimí, faltando poco para volver, y me pasé metido en
el alojamiento, durmiendo y sin confraternizar con nadie. Pero fue un momento
específico. A mí me costaban muchos los fines de semana, que lo máximo que se
podía hacer era quedarse afuera jugando a algo o charlando. Yo estoy
acostumbrado a salir, ir al estadio, hacer cosas distintas y ver amigos. Otros,
que estaban casados con hijos, de repente no hacían cosas tan distintas a lo
que hacíamos ahí y se les hacía más llevadero, pero te cansa verte todo el
tiempo con los mismos. Una de las cosas que hacíamos era escuchar los partidos
de Peñarol y Nacional. Ahí siempre habían bromas y apuestas sanas de por medio.
Me acuerdo que en un partido de la Copa Libertadores me comprometí con un
compañero a pagarle una Coca Cola a por cada gol que recibiera Peñarol. Fue el
5 a 0 contra Liga Deportiva Universitaria de Quito y tuve que pagarlas todas.
Mirábamos mucho fútbol, teníamos televisión con cable. Los partidos de Uruguay
también.
¿Cómo se festejaban los cumpleaños y las fechas festivas?
El
primer cumpleaños fue el mío, que cumplo en noviembre. Ese día, el jefe decidió
comprar algunas cosas para prepara una sangría y comimos asado todos juntos,
los jefes y mis compañeros.
¿En qué otros momentos comían juntos?
En
los cumpleaños, las fiestas y no mucho más. El resto de los días ellos comían
en la parte de delante de la casa y nosotros en el fondo.
¿Cómo era el clima en esas comidas?
Bien,
como el que hay en una comida festiva a la que va un civil junto a sus jefes.
Un trato perfecto pero sin descuidarse. No decíamos lo mismo que cuando
comíamos solos pero no se comía bajo un clima tenso.
¿Cómo pasaste tu cumpleaños?
No
lo pasé bien. Después de la comida me llamó mi gente, lo que está bueno pero al
mismo tiempo me dio ganas de estar con ellos. Ese día me bajoneé y quise poder
salir con mis amigos y cenar con mi familia. Me vino nostalgia. Además, no
podíamos salir de la base porque el clima estaba muy tenso. Hubo fraude en las
elecciones y la gente salió a las calles. Se escuchaban tiros y se olía goma
quemada. Al otro día mis jefes salieron de recorrida y volvieron negros por el
hollín.
******
¿Sentiste miedo en algún momento de la misión?
No,
nunca. Noté que me miraban raro pero nunca me pareció que me fueran a robar o
atacar. Quizá estuve en lugares en los que debí sentir miedo pero no me pasó.
Tal vez fui un inconsciente pero también supe que estaba en Puerto Príncipe, la
mejor ciudad del país. Cuando visitamos las afueras de la capital se veía otra
realidad, más selvática, con gente desnuda y en condiciones más primitivas. Yo
no estuve en un barrio lujoso pero tampoco era de los peores. Una vez escuché
una noticia sobre alguien a quien prendieron fuego porque robo, o algo así. Son
cosas que un piensa que pasan solamente en África, que en la capital no pasaban
pero en el resto del país eran posibles.
¿Han repartido agua y alimentos en instituciones
carenciadas como realizan los soldados de otros batallones?
No,
nuestra casa no tenía asignadas esas tareas. Lo único similar fue algo que
nació de nosotros en Navidad. Decidimos recorrer el campamento vecino y
repartir caramelos a los niños. Fue una de las cosas más lindas que viví en mi
vida. Los niños se quedaron muy contentos con nosotros, nos correteaban para
pedirnos más dulces y se vivió un clima muy festivo. Para las dos partes era
muy lindo recibir cariño.
¿Te emociona recordar este viaje?
Sí.
Por ejemplo, cuando fui a la Intendencia de Montevideo a la presentación del
libro “Más allá del deber” de Armando Sartorotti, se mostró una hoja que tiene
un diccionario de criollo haitiano a español, con las palabras más usadas, y me
emocioné porque me recordó las cosas que decía allá. Yo era el más chico de mi
grupo y mis compañeros me apodaron con la palabra que significa niño en ese
idioma, que ahora no recuerdo. También me gustó cuando contó que en Casa
Uruguay comió las milanesas más ricas que probó. Si bien yo no estuve durante
el tiempo que él visitó Casa Uruguay, su relato me recordaba el viaje.
¿Qué valores te cambian después del viaje?
En
el momento pensaba que cuando llegara a Uruguay iba a valorar muchas cosas de
otra manera. Pensé que no me iba a calentar por algunas pequeñeces pero con el
paso del tiempo la experiencia no está tan presente. Mi realidad me dice que
con los años, si bien me sirvió mucho y aprendí a interpretar una realidad
diferente, no estoy inmune a preocuparme por cosas menores. Me aburre comer
moñitas durante cinco comidas seguidas como a cualquier persona. De todos
modos, me ha pasado de irme con amigos a veranear a una casa y que se quejaran
de estar incómodos, mientras yo ni me preocupaba, y creo que se debe a que ya
he dormido en condiciones similares.
¿El alojamiento de Casa Uruguay era muy chico?
No,
pero el lugar para dormir tenía un sillón frente a una tele y seis cuchetas para
12 tipos. No estábamos hacinados pero no había un gran espacio. El cuarto era
para dormir y no mucho más.
De todo lo que has contado, ¿qué fue lo que más te
impactó de Haití?
La
pobreza. Si bien no vi situaciones extremas que me escalofriaran ni me dejaran helado -no vi a nadie desnutrido
ni comiendo restos de comida de la calle- me marcó. También me impresionaron
los enormes campos de refugiados que hacen que los ciudadanos vivan de una
manera tan distinta a la nuestra. Cuando llueve en el Caribe caen cortinas de
agua y siempre que pasaba yo me ponía a pensar en las millones de personas que
estaban pasándola mal. Lo más increíble es que esa gente va a vivir muchos años
en una situación que solo parece soportable si es temporal.
¿Qué es la felicidad en Haití?
Tener
una casa y un trabajo que te dé para vivir ya es suficiente para ser feliz. Lo
que en Uruguay es una aspiración básica, allá es un sueño. Tener plata para un
fin de semana o para ir vacaciones ya es parte de un milagro, más que de un
deseo.
¿Volverías a Haití?
En
algún momento sí. Iría por mi cuenta para poder conocer la realidad desde otra
óptica, con todas las libertades necesarias para moverme.
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