domingo, 8 de julio de 2012

El país que sobrevive con su actitud


Juan Pablo Coitinho es uno de los soldados que en setiembre de 2010 partió hacia Haití en una misión de mantenimiento de la paz de la Organización de las Naciones Unidas (ONU). En esta entrevista habló sobre el miedo, la muerte, la pobreza, los sueños del pueblo y el cariño de los niños haitianos, También contó acerca de las motivaciones de los soldados uruguayos, sus necesidades económicas y las dificultades de la distancia y la nostalgia.

Es hijo de un oficial retirado con más de 30 años de servicio y hermano menor de Cecilia, que hoy está con el Ejército Uruguayo en la península del Sinaí. Comenzó su vida militar en 2006 y cuatro años después sintió que su vida necesitaba algo nuevo. Hizo pruebas físicas e idiomáticas para ser uno de los dos escribientes que viajan cada año al Sinaí pero el tercer puesto lo condenó con fortuna a viajar a Haití por seis meses, con mejor remuneración y la compañía de un amigo entre sus camaradas.

¿Cómo fue la semana previa al viaje?

Desde el punto de vista afectivo fue una locura. Quise encontrarme con todo el mundo antes de irme; me junté varias veces con mis amigos, con distintas partes de mi familia, con gente que no pertenece a esos círculos pero quería ver y debo haber engordado unos diez kilos en esos días, porque comí solamente en restoranes durante esa semana.

¿Qué fue lo que te motivó a viajar?

La experiencia que esperaba vivir. Tuve una vida relativamente fácil y normal en Uruguay, nunca me faltó nada. Me motivó conocer una realidad diferente a la mía. Aunque una de mis metas era ganar plata como también buscaban mis compañeros, no era mi objetivo central.

¿Cómo fue la llegada a la misión?

Rarísima. Llegamos a la noche y en el camino desde el aeropuerto hasta la casa me sorprendía todo, parecía un niño chico. Miraba el paisaje, la gente, la reacción que tenían conmigo, todo era nuevo. Me comportaba como un turista que recién llega pero no estaba viendo la torre Eiffel sino personas que vivían en medio de una gran pobreza, con una vida muy distinta a la mía y muchas carencias. Es un intercambio interesante: vos los mirás a ellos y viceversa, porque viven en universos totalmente distintos.

¿Qué fue lo que más te sorprendió al llegar?

Los millones de personas que se quedaron sin casa tras el terremoto y ahora viven en asentamientos, en campos de refugiados. Es muy chocante que esa gente haya tenido casa y de un día para el otro, a raíz del terremoto, vive en una carpa con un desconocido durmiéndole al lado. De todos modos, la gente convive en una armonía rara, no la pasa bien pero no vive quejándose.

¿Cómo son los campamentos?

Son una suma de carpas que dio la ayuda humanitaria, que están entre ruinas, cañadas y mugre. Hay carpas que son mejores que otras, que sus dueños techaron con madera, por ejemplo, pero las condiciones no son buenas. Con el tiempo se acostumbraron y lo viven con una fraternidad que te hace verlo con más normalidad.

¿Hay privacidad?

Poca. No duermen viendo la cara del que está al lado pero está todo muy junto.

¿Cómo son las condiciones de higiene?

A pesar de que son muy malas y hay una gran falta de agua, la gente no está sucia ni con mal olor, al contrario. Si bien hay mugre en el lugar, la gente tiene hábitos de limpieza.

¿Cómo viste a Haití de día?

Me sorprendió encontrarme con un país lindo, con hermosos paisajes, que está entre montañas y en pleno Caribe pero al mismo tiempo está destruido. Tiene condiciones naturales para desarrollar el turismo, comparte la isla con República Dominicana y sin embargo tienen realidades opuestas. El país no es feo, lo que lo afea es la poca infraestructura que tiene. La ciudad es muy habitada y es muy difícil pasar por un lugar que esté vacío. En cada plaza o espacio abierto hay un campamento. De todos modos, no se trata de una aldea en el medio del mundo. La capital tiene locales comerciales como en Uruguay. Los bancos no son lujosos pero tampoco son chozas, el supermercado “El águila”, donde yo compraba todo lo que precisaba, es similar a un Disco, tienen un estacionamiento grande, góndolas y cajeras con uniformes prolijos. En una casa de informática hay una persona que te atiende y una vidriera con notebooks marcadas con sus precios. Quizá no se vean locales muy lujosos pero hay comercios como en Uruguay.


¿Es impactante el hambre que pasan los haitianos?

En Puerto Príncipe nunca vi a alguien desnutrido. De hecho, vi obesos. Tengo entendido que el resto del país vive una realidad más complicada.

¿Cómo es el humor de los haitianos?

Son personas alegres, se ríen mucho y se toman las cosas con una actitud muy positiva. Las cosas que vivieron demuestran que si viven así es porque tienen un gran optimismo. Además son muy efusivos. Varias veces he visto discusiones y pensé que terminaban en peleas pero terminaban en paz. Son muy expresivos, educados y respetuosos con el blanco de la ONU, nos reciben bien.

¿Cómo era la relación con los ciudadanos locales?

La mejor. Con los vecinos de la esquina y la zona siempre nos llevamos muy bien. Con los desconocidos, normal; en un banco, por ejemplo, te miraban raro por el uniforme pero te trataban perfecto.

¿Qué sienten los haitianos hacia las tropas de la ONU?

Nunca sentí que me idolatraran por llevar el escudo de la ONU pero tampoco que me putearan. Creo que nuestra presencia constante hace que seamos parte de sus vidas, no les parece extraño. En otras zonas de Haití, sé que las tropas llevan comida y agua a distintos merenderos y orfanatos, y he visto que los ciudadanos se sienten muy agradecidos con la ONU.

¿Los haitianos codician un trabajo en la ONU?

Creo que sí. Nuestro traductor, por ejemplo, estaba muy conforme con su trabajo y la gente le solía pedir trabajo. Además, les da cierto prestigio.

¿También piden limosnas?

Sí pero no más que en Uruguay.

¿Con qué tono piden?

Supongo que te putearán pero como lo hacen en su idioma, ni te das cuenta. Nunca son agresivos. Además, piden porque saben que vos tenés más que ellos, es lógico.

Además de las ruinas y los campamentos de refugiados ¿qué consecuencias del terremoto te llamaron la atención?

Que a casi todos se les murió algún pariente cercano a raíz de ese desastre. A un vecino, Bob, se le murió la hermana y nuestro traductor perdió al hermano. Se recuerda como un caos pero no se puede explicar mucho. Por más que pregunté, nadie te puede decir qué pasó exactamente en esos segundos. El día que se cumplió un año del terremoto, la gente fue a las iglesias. Iban vestidos de blanco, en señal de luto y con mucho respeto.

¿Son muy creyentes?

Sí, no sé de qué corrientes religiosas son pero casi todos van a la iglesia los domingos de mañana. No sé si explican el terremoto a través de dios pero le piden y agradecen.

¿Cómo se siente la muerte?

La mayoría de la gente ya la conoce de cerca y perdió a alguien cercano. No sé cómo la toman pero seguramente se hayan hecho más fuertes ante las pérdidas después del terremoto.

¿Cómo se vive la carencia de agua?

Tengo una anécdota impresionante sobre ese tema. Cada 15 días venía un camión que nos cargaba agua y lo mismo pasaba con otros camiones que llevaban agua para el pueblo. Una vez, la manguera que nos proveía a nosotros perdía algunas gotas en el extremo que la conectaba con el camión. Entonces, una señora se acercó a esa nueva fuente de agua y puso su balde para recibir lo que cayera. El agua es muy codiciada. Cuando llegaba el camión para el pueblo se escuchaba un griterío tremendo y se notaba que pasaba algo importante.


¿Qué vicios tienen los haitianos?

El alcohol es consumido como en Uruguay; la droga más consumida, según dicen, es la marihuana, pero yo nunca vi a nadie fumándola. Y el cigarro no es una droga social aceptada, yo fumo y cada tanto se me acercaba un adolescente y me decía “no fumes, te hace mal”. Si bien no me miraban raro por ser fumador, no pasaba desapercibido. Por ejemplo, yo tenía muchos niños amigos en la esquina de la casa y nunca iba fumando a la esquina porque sabía que lo iban a ver mal. Notaba que ellos me querían y no quería que me vieran fumando.

¿Quiénes eran esos niños amigos?

Unos 20 niños que vivían en esa esquina y estaban siempre cuando yo pasaba. Se encariñaron conmigo porque era novedoso para ellos ver a alguien blanco que les prestara atención. A mí me divierten mucho los niños.

¿Qué recuerdos tenés de ellos?

Los recuerdo con mucho cariño, sobre todo a dos hermanos que eran  súper cariñosos. Si volviera a Haití, iría enseguida a esa esquina a ver a los niños. Me daba cuenta que les gustaba mi cariño y a mí también me hacía bien. Hasta hoy trato de estar en contacto. Sobre todo con uno de estos dos hermanos que mencionaba. Hablo 30 segundos por teléfono, no le entiendo nada ni él me entiende nada a mí, porque no manejo el idioma criollo que hablan, pero por lo menos le escucho la voz y me recuerda cosas muy lindas.

¿Qué cosas?

Por ejemplo, me acuerdo que siempre pasábamos por ahí cuando salíamos a correr con un compañero y un día se nos ocurrió comprar chupetines para regalárselos después de la vuelta. Era muy divertido porque nosotros terminábamos en un repecho enorme y ellos nos alentaban ni bien nos veían. Desde ese día se hizo una costumbre y siempre les dábamos una sorpresa.

******

¿Cómo ilustrás al soldado tipo que participa de una misión de mantenimiento de la paz?

Es un trabajador que viaja para ganar una plata que acá no puede y no lo hace para invertir en un negocio sino que quiere construirse una casa o mudarse. Un compañero fue para poder pagarle el cumpleaños de 15 a la hija, otros buscaban salir de deudas, empezar a pagar una casa, pagar los estudios de sus hijos o cubrir necesidades de ese estilo. El factor económico es el principal. Eso se nota, por ejemplo, en la preocupación que muchos de mis compañeros tenían por saber si se había depositado el sueldo en Uruguay. Su familia lo necesitaba o precisaban que les manden para sus gastos básicos.

¿En Haití les pagan algún viático?

Sí, 40 dólares que son para gastos básicos; pasta dental, afeitadoras, shampoo y no mucho más: Si fumás, como yo, ya no te da con ese dinero.

¿Cuál era tu rol en la misión?

Cada uno tenía distintas tareas, había escribientes que trabajaban en la oficina, mozos que servían la comida y ordenaban la casa, cocineros y choferes. Yo quedé como un comodín porque fui como escribiente pero un soldado renovó y se quedó en la función un tiempo más, por lo que mi rol pasó a ser rotativo. Eso era bueno, porque se hacía menos rutinario; fui chofer, escribiente, hacía trámites y limpiaba la piscina. Igual me aburría en algunas mañanas que no había lo que hacer.

¿Alguna vez te tocó cocinar?

No, nunca. Eso ya estaba estipulado, se podía dar una mano pero eran siempre los mismos.

¿Era importante tener buena relación con los cocineros?

Sí, era importante porque ahí no es como en tu casa, que vas a la heladera y agarrás lo que querés. Ahí hay una cantidad específica de comida. Entonces, estar bien con el cocinero es importante. No es tan distinto a estar bien con el oficinista de otro trabajo para pedirle si te deja revisar el correo, pero la comida es algo que se vuelve importante en la misión. No se trata de una mafia de la comida ni mucho menos pero tener un buen trato con el cocinero te permite pedirle cosas que quizá no le pedirías.

¿El puesto de cocinero era codiciado?

No, porque el tema de la comida era muy conversado y los que cocinaban quedaban expuestos a que los criticaran o se enojaran con ellos, porque no preparaban ciertas cosas. Había cierto tema alrededor de la comida y ellos quedaban en una posición incómoda. En algún momento se generaban problemas por eso, algunos preguntaban por qué no le ponían más ganas a lo que hacían o por qué no traían ciertas cosas para el desayuno que quedaban en el depósito, pero no pasaba nada grande: nunca se comió mal ni nos faltó nada.

¿El poder de decidir cuándo se comía cada cosa era un arma de doble filo?

Claro, muchas veces le pedíamos para picar un salamín, por ejemplo: si lo ponía se arriesgaba a que algunos lo vieran como un alcahuete del que lo pidió, mientras que si no lo daba se exponía que el que lo quería pensara que tenía algo personal contra él. Visto en retrospectiva, eran problemas muy chotos.

¿Qué comían?

Comida normal: canelones, milanesas de carne, pollo y pescado, ravioles, tallarines, hamburguesas con arroz, panchos. Platos comunes y corrientes. De hecho, volví más gordo, era imposible cuidarse allá. Y todo era muy rico.

¿Qué fue lo más rico?

Las milanesas con papas fritas y los chivitos.

¿Lo más feo?

El guiso. No era feo pero no me gustaba comerlo en Haití, con ese calor. Si bien un pollo a la portuguesa es riquísimo, es para invierno y en Uruguay. Comerlo ahí me mataba.

¿Qué hacías en tu tiempo libre?

Ir al gimnasio, salir a correr, chatear, mirar películas y series que llevé desde Uruguay, jugar al truco, la conga, escuchar Segunda Pelota o juntarme a tomar unas cervezas con los demás compañeros y charlar.

¿De qué hablaban en esas charlas?

Eran muy fructíferas porque te permitían conocer de todo. Yo fui con 23 años, tenía allá un amigo de 27 y compartíamos el tiempo con compañeros de 40, 45 años. Eso te nutre porque escuchás otras experiencias. En esas charlas logré congeniar con mi encargado, que al principio era medio duro. Nos quedamos conversando solos durante una de las primeras noches, porque los demás se fueron a dormir, y nos hicimos muy amigos. Se hablaba de todo un poco, no es que nos juntáramos a hablar de nuestras familias y deprimirnos todos juntos. Se tocaban los temas que se hablan en cualquier charla entre amigos. Al principio hablamos de la gente que teníamos en común, conocidos del Ejército, y después de todo: futbol, mujeres y de todo un poco.

¿Pero había momentos en los que sí se hablaba de las familias y se emocionaban?

Sí, yo veía que los demás hablaban con sus hijos y se emocionaban más que cualquier padre. Veía que se morían por chatear con ellos y no les era tan fácil conectarse con Uruguay porque, de repente, precisaban que su mujer fuera al cyber.

¿Pasabas muchos momentos de aburrimiento?

Al principio no porque estás con gente nueva y eso siempre es interesante pero con el tiempo te aburrías de todos, hasta de los que mejor te caían, y te peleabas. Pero te ibas al gimnasio, mirabas películas y se te pasaba el tiempo. Yo tuve una semana en la que me deprimí, faltando poco para volver, y me pasé metido en el alojamiento, durmiendo y sin confraternizar con nadie. Pero fue un momento específico. A mí me costaban muchos los fines de semana, que lo máximo que se podía hacer era quedarse afuera jugando a algo o charlando. Yo estoy acostumbrado a salir, ir al estadio, hacer cosas distintas y ver amigos. Otros, que estaban casados con hijos, de repente no hacían cosas tan distintas a lo que hacíamos ahí y se les hacía más llevadero, pero te cansa verte todo el tiempo con los mismos. Una de las cosas que hacíamos era escuchar los partidos de Peñarol y Nacional. Ahí siempre habían bromas y apuestas sanas de por medio. Me acuerdo que en un partido de la Copa Libertadores me comprometí con un compañero a pagarle una Coca Cola a por cada gol que recibiera Peñarol. Fue el 5 a 0 contra Liga Deportiva Universitaria de Quito y tuve que pagarlas todas. Mirábamos mucho fútbol, teníamos televisión con cable. Los partidos de Uruguay también.

¿Cómo se festejaban los cumpleaños y las fechas festivas?

El primer cumpleaños fue el mío, que cumplo en noviembre. Ese día, el jefe decidió comprar algunas cosas para prepara una sangría y comimos asado todos juntos, los jefes y mis compañeros.

¿En qué otros momentos comían juntos?

En los cumpleaños, las fiestas y no mucho más. El resto de los días ellos comían en la parte de delante de la casa y nosotros en el fondo.

¿Cómo era el clima en esas comidas?

Bien, como el que hay en una comida festiva a la que va un civil junto a sus jefes. Un trato perfecto pero sin descuidarse. No decíamos lo mismo que cuando comíamos solos pero no se comía bajo un clima tenso.

¿Cómo pasaste tu cumpleaños?

No lo pasé bien. Después de la comida me llamó mi gente, lo que está bueno pero al mismo tiempo me dio ganas de estar con ellos. Ese día me bajoneé y quise poder salir con mis amigos y cenar con mi familia. Me vino nostalgia. Además, no podíamos salir de la base porque el clima estaba muy tenso. Hubo fraude en las elecciones y la gente salió a las calles. Se escuchaban tiros y se olía goma quemada. Al otro día mis jefes salieron de recorrida y volvieron negros por el hollín.

******

¿Sentiste miedo en algún momento de la misión?

No, nunca. Noté que me miraban raro pero nunca me pareció que me fueran a robar o atacar. Quizá estuve en lugares en los que debí sentir miedo pero no me pasó. Tal vez fui un inconsciente pero también supe que estaba en Puerto Príncipe, la mejor ciudad del país. Cuando visitamos las afueras de la capital se veía otra realidad, más selvática, con gente desnuda y en condiciones más primitivas. Yo no estuve en un barrio lujoso pero tampoco era de los peores. Una vez escuché una noticia sobre alguien a quien prendieron fuego porque robo, o algo así. Son cosas que un piensa que pasan solamente en África, que en la capital no pasaban pero en el resto del país eran posibles.

¿Han repartido agua y alimentos en instituciones carenciadas como realizan los soldados de otros batallones?

No, nuestra casa no tenía asignadas esas tareas. Lo único similar fue algo que nació de nosotros en Navidad. Decidimos recorrer el campamento vecino y repartir caramelos a los niños. Fue una de las cosas más lindas que viví en mi vida. Los niños se quedaron muy contentos con nosotros, nos correteaban para pedirnos más dulces y se vivió un clima muy festivo. Para las dos partes era muy lindo recibir cariño.



¿Te emociona recordar este viaje?

Sí. Por ejemplo, cuando fui a la Intendencia de Montevideo a la presentación del libro “Más allá del deber” de Armando Sartorotti, se mostró una hoja que tiene un diccionario de criollo haitiano a español, con las palabras más usadas, y me emocioné porque me recordó las cosas que decía allá. Yo era el más chico de mi grupo y mis compañeros me apodaron con la palabra que significa niño en ese idioma, que ahora no recuerdo. También me gustó cuando contó que en Casa Uruguay comió las milanesas más ricas que probó. Si bien yo no estuve durante el tiempo que él visitó Casa Uruguay, su relato me recordaba el viaje.

¿Qué valores te cambian después del viaje?

En el momento pensaba que cuando llegara a Uruguay iba a valorar muchas cosas de otra manera. Pensé que no me iba a calentar por algunas pequeñeces pero con el paso del tiempo la experiencia no está tan presente. Mi realidad me dice que con los años, si bien me sirvió mucho y aprendí a interpretar una realidad diferente, no estoy inmune a preocuparme por cosas menores. Me aburre comer moñitas durante cinco comidas seguidas como a cualquier persona. De todos modos, me ha pasado de irme con amigos a veranear a una casa y que se quejaran de estar incómodos, mientras yo ni me preocupaba, y creo que se debe a que ya he dormido en condiciones similares.

¿El alojamiento de Casa Uruguay era muy chico?

No, pero el lugar para dormir tenía un sillón frente a una tele y seis cuchetas para 12 tipos. No estábamos hacinados pero no había un gran espacio. El cuarto era para dormir y no mucho más.

De todo lo que has contado, ¿qué fue lo que más te impactó de Haití?

La pobreza. Si bien no vi situaciones extremas que me escalofriaran ni  me dejaran helado -no vi a nadie desnutrido ni comiendo restos de comida de la calle- me marcó. También me impresionaron los enormes campos de refugiados que hacen que los ciudadanos vivan de una manera tan distinta a la nuestra. Cuando llueve en el Caribe caen cortinas de agua y siempre que pasaba yo me ponía a pensar en las millones de personas que estaban pasándola mal. Lo más increíble es que esa gente va a vivir muchos años en una situación que solo parece soportable si es temporal.

¿Qué es la felicidad en Haití?

Tener una casa y un trabajo que te dé para vivir ya es suficiente para ser feliz. Lo que en Uruguay es una aspiración básica, allá es un sueño. Tener plata para un fin de semana o para ir vacaciones ya es parte de un milagro, más que de un deseo.

¿Volverías a Haití?

En algún momento sí. Iría por mi cuenta para poder conocer la realidad desde otra óptica, con todas las libertades necesarias para moverme.


Haga clic en las fotos para verlas ampliadas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario