Las
playas de la Polinesia Francesa, su gente y su forma de disfrutar la vida son
inmejorables; las islas enamoran a primera vista. Afirmar que son el paraíso en
la Tierra es injusto: es demasiado halago para el edén.
El aroma del océano. Eso siento cuando bajo
del avión en la madrugada polinésica. Humedad y calor pesado, de esos que piden
zambullida a cada rato. Caminar unos metros es sudar unos minutos y añorar la
playa un poco más. Nada grave porque me pasa en Tahití, que sabe mucho del
tema.